Chistopher Muller enfoca su trabajo casi como lo haría un pintor de naturalezas muertas. Elige sus objetos con sumo cuidado y prueba todas la opciones compositivas posibles antes de traducir esas variaciones como interpretaciones bidimensionales. Sus objetos se caracterizan por su banalidad, se trata de elementos genéricos. En nada el color, diseño, tamaño resaltan o resultan excepcionales. Esto no quiere decir que el artista no siga un proceso de selección riguroso . Desde hace tiempo colecciona casi de forma obsesiva los objetos que luego incluye en sus escenarios. Cada uno de estos elementos se define por su funcionalidad dentro del ámbito doméstico. Desprovistos de su carácter funcional, estas piezas carecen de razón de ser. Ya sea un cubo, una lámpara, una fregona, una silla o un aparato de radio, todos los objetos están presentados con suficiente espacio lateral para que no se produzcan solapamientos ni jerarquías. Liberados de sus carácter utilitario, estos objetos adquieren nuevas identidades como piezas estéticas con una fuerza plástica nueva. A pesar de la presentación fría y distante, a veces parece que el hilo conductor de estas presentaciones heterogéneas es aleatorio. En las relaciones entre las palabras y las imágenes está, sin embargo, la llave del elemento aglutinante entre los distintos objetos. Por ejemplo, en su foto titulada “From Head to Toe”, 1991, (De la cabeza a los Pies), una gorra roja y unas botas negras de caucho son los únicos elementos a color que puntúan el principio y final de un recorrido “amueblado” por elementos neutros que contienen una marcada escala humana. Sin necesidad de representar el cuerpo humano, Muller se permite hacer un recorrido un tanto humorístico de la gorra a las botas, de la cabeza a los pies, creando pequeños escenarios donde incluye metafóricamente una cosmogonía de personajes-objetos sin tener que caer nunca en las especificidades narrativas de representar el cuerpo humano.